Concluida las fiestas, retiro el cartel; lo enrollo con sumo cuidado para no arrugarlo, y lo guardo en una de las estanterías a la espera de que la persona en cuestión decida recogerlo.
Pasan los días, las semanas, el mes de Julio, Agosto... y nadie aparece a retirar el encargo. Doy por hecho que se ha olvidado pero, de todos modos, decido guardarlo por si acaso.
A principios de Septiembre a punto de concluir el verano, una apacible mañana al llegar a mi lugar de trabajo, le veo venir a lo lejos. Espero que llegue a mi altura y para mi sorpresa, me mira, da los buenos días y pasa de largo. Tonta de mí, no sé interpretar esa mirada, al menos en ese momento; más tarde, creí entender.
Ocurrió un día cualquiera a finales del mes de Junio; pronto hará diez años.
.... 4.30 de la tarde; llego a mi lugar de trabajo y al entrar dejo la puerta totalmente abierta. Me dispongo a bajar el toldo del establecimiento, para ver si la sombra consigue refrescar un poquito el ambiente del interior y de paso espantar el sopor que siento en ese momento.
La calle desierta; no hay un alma y no es de extrañar con el calor sofocante que hace; no pasan ni coches. Por lo visto, este año se ha adelantado el verano y viene dando "caña". Se puede palpar.
¿Lo recuerdas?
Estabas pasando unos días con nosotros. Al vivir en ciudades separadas, pasábamos largas temporadas sin vernos, pero coincidió que estabas en casa.
La tarde anterior, estuve contemplando tu larga melena plateada, mientras la peinabas y hacías aquellas trencitas que luego enroscabas en un moño, con una agilidad que me dejaba pasmada. Me parece verte, de nuevo, sentada en una silla bajita, con una palangana al lado y aquel peine que tenías, tan curioso, con unas púas diminutas. Estábamos sentadas a la sombra, en el jardín de casa y hacía una tarde preciosa.
Jamás me lo hubiera imaginado. Ni entraba en sus planes tener un huerto, ni cultivar sus propias viandas; además, los conocimientos de agricultura que poseía, eran muy básicos; se limitaban a los que había adquirido de muchacho en la huerta de su padre.
Siendo niño, pasaba muchos ratos en dicha huerta, contemplando cómo su progenitor, después de cumplir con la jornada del trabajo diario, dedicaba varias horas más a preparar la tierra, donde más tarde, sembraría lo necesario para alimentar a la familia y el ganado el resto del año. A pesar de su corta edad, observaba atentamente y pudo comprobar, el esfuerzo que suponía labrar la tierra hasta dejarla lista para la siembra. En múltiples ocasiones vio a su padre repetir, faena tras faena, mientras su frente se empapaba de sudor y el cansancio minaba sus fuerzas.
Aún no era consciente de su presencia en mi vida. Sabía de su compañía pero, egoísta, únicamente me dirigía a él cuando necesitaba ayuda. El resto del tiempo simplemente ni me acordaba; tenía otras cosas, supuestamente, más importantes en que pensar. Con razón dice el refrán, "Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena", pues en mi caso así era, tal cual.
Pues bien, aquella noche me acordé, ya lo creo. Me acordé aquella noche y otras muchas recordando lo sucedido.
Ésta vez no era un día cualquiera, si la memoria no me falla, ocurrió la Nochevieja del 2009.