0.35 horas. Hace poco más de veinticuatro horas que ha llegado el nuevo año. Estaba en casa esperándolo, arropada por el calor de la chimenea y el cariño de la familia; y juntos le hemos recibido a ritmo de campanadas como manda la tradición.

En las fechas importantes y ésta es una de ellas, nos gusta reunir en casa a todos los seres que ocupan un lugar especial en nuestras vidas y sobre todo en nuestro corazón. Por un lado está la familia de mi marido (madre, hermanas.. ), que como es lógico ha ido creciendo; por otro lado la mía propia (madre, hermano... ), que también creció; y por último la que, hace años, formamos ambos y que en estos momentos está en plena ebullición. Intentaré explicarme: abuelas, madres, padres, hijos, nietos, tíos, sobrinos, cuñados, yernos y nueras, todos en el mismo espacio y a la vez.

23.50 horas. Llega Navidad. Me gusta esta época del año aunque, a veces, no puedo evitar que la nostalgia y los recuerdos me asalten y añore aquellas navidades, cuando niña, disfrutaba de ellas con esa inocencia y esa candidez que luego con los años se van diluyendo en el tiempo. La memoria es selectiva y la mía, de aquellos años de mi infancia, se ha ido quedando con los momentos que me llenaban de alegría. Uno de esos momentos eran las Navidades y más concretamente La Nochebuena. No recuerdo en que consistía la cena, pero sí con total nitidez, el trajín que se traían mi madre y mis tías con los preparativos, y aquellas bandejas con los dulces típicos navideños, listos para ser degustados nada más terminar la misma.

22.15 horas. Calculo que tendría trece o catorce años; no lo sé con exactitud. Ni qué decir de la fecha, imposible recordar. Por eso lo dejo en un día cualquiera tiempo atrás...

Ese día, me despierto feliz con una sensación muy agradable. No recuerdo lo soñado, pero esa sensación se ha apoderado de mí y seguro que algo tiene que ver con el último sueño de la noche. Me siento pletórica; se me antoja que el Universo entero me está observando; que está pendiente de mi reacción.

00.35 horas. Sólo coincidimos una vez.

Nuestro encuentro apenas duró media hora; pero fue suficiente para darme cuenta, que tenía ante mí a una gran persona. Tiempo después, supe que también todo un artista.

Mis ojos le descubrieron mientras cruzaba el paso de peatones con paso firme y seguro, a pesar de la edad. Llevaba camisa en color claro y me llamó poderosamente la atención que lucía sombrero. Dígo lucía, porque no es lo mismo llevar sombrero, que lucirlo. Educado, elegante, aseado, impecable diría yo. En ese momento, no supe calcular sus años. Más tarde, orgulloso, me los confesó.