Un gran corazón

Patata en forma de corazón
05 de Febrero de 2016

Jamás me lo hubiera imaginado. Ni entraba en sus planes tener un huerto, ni cultivar sus propias viandas; además, los conocimientos de agricultura que poseía, eran muy básicos; se limitaban a los que había adquirido de muchacho en la huerta de su padre.

Siendo niño, pasaba muchos ratos en dicha huerta, contemplando cómo su progenitor, después de cumplir con la jornada del trabajo diario, dedicaba varias horas más a preparar la tierra, donde más tarde, sembraría lo necesario para alimentar a la familia y el ganado el resto del año. A pesar de su corta edad, observaba atentamente y pudo comprobar, el esfuerzo que suponía labrar la tierra hasta dejarla lista para la siembra. En múltiples ocasiones vio a su padre repetir, faena tras faena, mientras su frente se empapaba de sudor y el cansancio minaba sus fuerzas.

Pero, un buen día, con el fin de hacer un poco más liviana tan dura actividad, su padre decidió comprar un pequeño tractor, con el cual, no solo consiguió una gran ayuda sino, por ende, captar toda la  atención de su hijo desde la primera vez que lo puso en marcha. Cualquier tipo de máquina lograba acaparar su atención y el tractor, que su padre había comprado, fue el primer contacto directo con una de ellas. No tardaría en aprender a conducirlo.

Varias primaveras después, siendo aún muy joven, comenzó a ejercitarse en la dura tarea de preparar las tierras antes de la siembra. Lo hacía junto a su padre, codo con codo, formando equipo. En un principio, el padre al mando del tractor y el hijo controlando la fresadora para, en poco tiempo, poderse turnar y hacer el trabajo más llevadero. Como suele pasar, de vez en cuando mientras trabajaban, padre e hijo no se ponían de acuerdo y acababan discutiendo. Ambos igual de testarudos, ninguno daba su brazo a torcer. Pero ya dice el refrán "perro ladrador, poco mordedor"; pues eso, "cuatro voces al aire" y a los dos minutos ya se les había pasado la tontería y seguían trabajando, riéndose, como si tal cosa.

Al muchacho le gustaba todo lo relacionado con la máquina, sin embargo, el resto de labores que la tierra precisa...  eso ya era otra historia. Nunca llegó a sentirse identificado con ese tipo de trabajo, por más veces que lo hiciera. De todos modos, poco importaba, porque el destino tenía otros planes para él.

Fueron pasando los años y la vida salió a su encuentro llevándole por derroteros muy distintos. Encontró el camino a seguir pero, éste, se hallaba lejos del entorno donde siempre había vivido; No quedaba más remedio que alejarse del, hasta entonces hogar, dejando atrás sus raíces. Junto a ellas, también, quedaron olvidados el tractor y la huerta.

Joven, lleno de ilusión y con ganas de comerse el mundo, optó llevarse como compañera de viaje, a una chiquilla que había conocido seis años antes y que decidió no dejar atrás; Así emprendimos nuestra propia ruta, nuestra vida en común, rumbo noroeste.

Allí, nos sentimos cautivados por el azul de la mar, la espuma de las olas, el enigma de los acantilados, el olor a eucalipto, el amarillo de los tojos y las mimosas, el verde de los montes y las buenas gentes. Quince años duró el hechizo.

Pero es sabido que todo tiene principio y fin, así que, después de tanto tiempo, cuando surgió la oportunidad de regresar, decidimos hacerlo.

Fue una decisión libre, consensuada y deseada; pero, llegado el momento, fue duro decir adiós. Nos despedimos "daquela terra e das súas xentes" enormemente agradecidos por el trato recibido; pero también, con un nudo doloroso presionando la garganta, y cuyo dolor todavía se acentúa, a pesar del tiempo transcurrido, al escuchar el sonido inconfundible del sonar de una gaita.

.... Nos separamos de Galicia...   un verano.

Ya de vuelta, fuimos ubicándonos poco a poco, y al hacerlo, nos fuimos reencontrando con todo aquello que, años ha, habíamos dejado atrás. Entre las pertenencias del pasado, encontró aparcado, donde siempre, el viejo tractor de su padre. Por aquel entonces no fue posible, pero hace un par de años -no sé si influido por la edad, los recuerdos, o ambas cosas a la vez-, se propuso hacer sus "primeros pinitos" como agricultor. Y dicho y hecho.

Preparó la tierra y se propuso, de nuevo, llenar de vida y color el olvidado huerto. Allí pasa sus ratos libres, como cuando niño, entre lechugas, tomates, cebollas y pimientos. Cumple, con gusto, todos los requisitos para obtener una buena cosecha: ara, cava, siembra, riega... y estoy segura que mientras lo hace, echa de menos aquellas discusiones de antaño, aunque no me lo diga.

Ahora ya no hay equipo. Su padre decidió dejarnos una tarde de Febrero hace seis años. Se fue donde se van los grandes, porque así era su corazón. Se fue a descansar de toda una vida y desde allí, estoy segura, le echará un vistazo de vez en cuando, y es posible, que al contemplar los surcos, también alguna sonrisa. Me gusta pensar que, desde allá arriba, le abraza con la mirada como suelen hacer los padres, y se siente orgulloso al ver a su hijo, aún de aprendiz, siguiendo sus pasos.

Pues bien, este año entre lechugas, tomates y demás hortalizas, decidió sembrar patatas y a la hora de la cosecha, me pidió que le echara una mano. Tengo que reconocer que mi experiencia, al respecto, era totalmente nula; pero como dije en su día, todo tiene una primera vez, así que, puse todo mi empeño para disfrutar del momento. El sol no perdió detalle y estuvo pendiente toda la mañana; sabía de mi torpeza y no se fiaba. Mi marido, visto lo visto, confiaba un poco más en mí, pues decidió dedicarse a otros menesteres y dejarme al cargo de todo el "patatal".

Me puse a ello y cuando llevaba arrancada varias plantas, "mis bisagras" me dieron un toque de atención. No quise esperar al segundo. Abandoné los protocolos y planté las rodillas en el suelo para facilitarme la labor. ¡¡¡ Mucho mejor!!! ya lo creo. A partir de ese momento, comencé a disfrutar, de verdad, como una niña jugando con la tierra. No dejaba de sorprenderme la sincronización de ambas madres, Tierra y Naturaleza, para ofrecernos regalos como los que estaba recogiendo.

En esos pensamientos andaba, cuando levanté la mirada y ví de lejos a mi marido. De pronto, empezaron a mezclarse patatas, tierra, y recuerdos que en un primer momento me hicieron sentir triste, para luego, dar paso a una sensación de paz y bienestar increíble. Por un instante los vi, de nuevo, trabajando juntos; padre e hijo, codo con codo. Hablaban, sonreían relajados, y por primera vez en mi vida, mientras se abrazaban, pude escuchar cómo se decían el uno al otro con absoluta naturalidad:"te quiero". Nunca antes, quizá por vergüenza, quizá por "ser hombres", lo habían hecho.

Guardé junto a mis pequeños tesoros, lo que acababa de ver y escuchar, y seguí adelante con la tarea. De pronto, y como por arte de magia apareció esto (dejo foto para que cada cual saque sus deducciones). La limpié con sumo cuidado y nos la llevamos a casa. No la voy a utilizar, algún día sin más, la devolveré a la tierra.

Desde entonces, cada vez que la miro, me hago la misma pregunta: ¿Es una patata con forma de corazón? o ¿Un gran corazón en forma de patata?

P.D. ¿Me puedes ayudar a resolver mi duda?. Hablamos.

Alguien como tú.

 

 

 

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