... ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Aunque parezca imposible, si la memoria no me falla pronto hará catorce años. Ahora desde la distancia, todo lo ocurrido parece un sueño.
Quiero que sepas, que sigo recordándote llena de vida. Aún te veo derrochando alegría sin medida; siempre sonriendo, contagiando vitalidad y energía a todo el que estaba a tu alrededor; siempre dispuesta a echar una mano cuando se te necesitaba; siempre animando, tratando de encontrar el lado divertido y positivo de todo cuanto acontecía; siempre restando importancia a los problemas para evitar preocupaciones, siempre al pie del cañón; porque si algo parecía sobrarte, amiga mía, era VIDA.
Pero no fue así.
El puchero con las patatas está casi listo. Sigue nevando intensamente y ya hay más de una cuarta de nieve en el suelo.
Yo no entiendo mucho, pero creo que lo peor de todo es la ventisca que se ha desatado. El viento sopla cada vez con más intensidad haciendo remolinos con la nieve y dificultando mucho la visibilidad; por eso, decido sentarme al lado de la ventana con un único objetivo: centrar toda mi atención en el punto del camino por donde sé que han de venir. En este preciso momento, intuyo, me serían más necesarios los mil ojos de los que hablaba mi madre que a la hora de cocinar.
El día llega a su fin. Me acerco a la ventana con intención de bajar la persiana y, al retirar la cortina hacia un lado, descubro con sorpresa que está nevando; por lo visto, hace un buen rato que nieva porque ya están los tejados y el suelo cubiertos. Continúa haciéndolo con ganas.
Tengo las piernas junto al radiador y las manos encima de él. ¡Qué gusto! ¡Con el frío que tiene que hacer fuera!
Aunque está anocheciendo, el blanco de la nieve confiere una claridad espectacular todo en derredor permitiéndome, en la lejanía, contemplar encima de la torre del campanario, a la cigüeña en su nido; puesta en pie, resignada, se deja acariciar por la nieve sin oponer resistencia. ¡Pobre! Siento lástima por ella.
En mi infancia, no solo supe de su existencia, sino que hablábamos bastante a menudo. Es posible que, mi primer contacto con él, fuera en alguna tarde de lluvia cuando niña.
Esas tardes me parecían además de odiosas, interminables, porque obligaban a permanecer en casa sin posibilidad alguna de salir a jugar a la calle. ¡Cómo las odiaba!
Aunque tengo que reconocer, que pasado el primer cabreo aceptaba rápidamente lo inevitable: esa tarde tocaba jugar en casa, y punto; así que, lejos de aburrirme, enseguida me encontraba inmersa en algún tipo de juego, en el que por supuesto, siempre participaba alguna de mis muñecas y un maletín de maquillaje de una tal "Srta. Pepis" que había llegado a mi casa en un camello desde Oriente y me lo había traído, ni más ni menos, que todo un Rey.
... Estrenamos año y me reincorporo al trabajo después de las vacaciones navideñas. La mañana la dedico a recoger y guardar los adornos navideños, comprobar llamadas del contestador... La tarde, una vez todo recogido y limpio, la dedico a poner en orden papeles y ponerme al día con ellos.
El invierno, haciendo honor a su nombre, viene "más que fresquito". He tenido varias visitas de clientes esta tarde y todos han coincidido en el tremendo frío que hace. Aquí dentro, sin embargo, se está calentito.
Son poco más de las seis y comienza a anochecer. Confío en que a partir de esta hora las visitas se reduzcan y pueda continuar con los papeles; pero me equivoco.